El acceso del bello sexo a la cultura en el siglo XVIII hizo posible que unas cuantas mujeres se atrevieran a coger la pluma para crear sus propias obras o para traducir otras creaciones. Tales gestos fueron acompañados de múltiples polémicas relacionadas con las facultades femeninas para desarrollar este tipo de funciones y con la posibilidad de combinar o no estas con las labores del hogar. Por un lado, estaban aquellos que defendían claramente que las mujeres podían dedicarse a las letras y a los cuidados domésticos, ya que el cultivo de la escritura no impedía la realización de las tareas de la casa:
Algunos poco observadores de las facultades del hombre han querido persuadir que la literatura en el bello sexo es perjudicial, y particularmente en las madres de familia, suponiendo que las distrae de sus principales obligaciones. […] las literatas que me han favorecido enviándome sus producciones para insertarlas en este Correo, son cabalmente las que cumplen con más exactitud las obligaciones de su estado (Correo de los ciegos, 1788, Nº 148)
Por otro, estaban los que alegaban que, a pesar de que el ejercicio de la literatura no era incompatible con las labores del hogar, este debía ser limitado “aunque respetan como es debido a las mujeres sabias, solo estima y prefieren a las que contentándose con cumplir sus obligaciones, buscan en el estudio la parte necesaria para realzar sus gracias naturales, sin hacer de él su única y principal ocupación” (Memorial literario, 1802, Nº 10).
Además, según Mónica Bolufer (1998: 102), muchas de las que publicaron en el siglo de las luces tuvieron que justificar su propia presencia en las letras apelando a la tradición de mujeres escritoras o invocando la igualdad de las almas asexuadas que Feijoo difundió. Como defendió Josefa Amar y Borbón “Si se hubiera de hablar de todas, con la distinción que merecen, formarían un libro abultado. Las más acreditadas son Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindn, Isabel de Joya, Juliana Norrell, y Oliva de Sabuco”. (Memorial literario, 1786, Nº32). Pero a pesar sus logros y esfuerzos, sus obras generalmente se consideraron de inferior calidad o más simples que las realizadas por hombres:
de tantas mujeres como han cultivado las ciencias, son muy raras las que han llegado a sobresalir, quedándose las más en una modesta medianía […] Bien sabido es que algunas señoras, sobre todo francesas , han cultivado la poesía dramática; pero también es cierto que sus composiciones ni aun han llegado a la clase de medianas. Todas estas damas y otras varias se habían contentado con componer en prosa lisa y llana sencillos dramas, género al parecer no difíciles (Memorial literario, 1802, Nº 10).