Durante los siglos XVI y XVII, el español conoció una de las épocas de mayor desarrollo de su vocabulario. Las condiciones históricas en que se movía el Imperio hispano y el alto grado a que llegó la producción literaria de este idioma (con autores como Cervantes, Quevedo, Lope o Góngora) justifican, sobradamente, su extraordinaria ampliación.
La incorporación de léxico se dio tanto sobre los mecanismos propios (derivación y composición) como sobre el préstamo de las lenguas clásicas o de otras. Puede decirse que casi todos los países con los que España tuvo relación dejaro su impronta en nuestro vocabulario. La entrada de cultismos pasó por varias fases, en relación con los cambios de dirección en la creación de la lengua literaria. A una primera etapa de pausa y selección en la entrada de voces cultas (primera mitad del XVI), sigue un nuevo período de latinismo (y helenismo) en los manieristas de fin de siglo, los llamados «culteranos».
En las obras lexicográficas de Nebrija, se documenta gran cantidad de cultismos latinos, algunos usuales ya en su tiempo, y otros introducidos por él: conversar, oratoria o pronóstico. En la primera mitad del quinientos, surgen palabras relacionadas con las disciplinas literarias y retórica: corruptible, crédito o escrúpulo. A finales de este siglo, autores como Herrera o Góngora buscan estos por su capacidad de ornato o sus cualidades sonoras: flamígero, hórrido, melancólico.
También aumenta el número de helenismos, dado el conocimiento directo que se tiene ya de la lengua griega clásica y posterior entre los humanistas españoles; las traducciones de obras de muy diversa índole fueron un buen medio. Así, entran términos botánicos (crisantemo, menta o mirto; médicos: antídoto, asma o laringe), filológicos (crítico, dialecto o enciclopedia), filosóficos (hipótesis, idea o teoría), políticos (amnistía, los compuestos con -arquía «anarquía» y -cracia «democracia») y muchos referidos a realidades clásicas y mitológicas: atlas, coloso o esfinge. La integración de los helenismos se comprueba en que ya se crean derivados sobre ellos: cetáceo o diagonal.
Muy numerosos son los italianismos entrados en español durante los Siglos de Oro. Al dominio que Italia ejercía en la vida cultural corresponden términos literarios (como madrigal, terceto o cuarteto) y, más específicamente, pictóricos (cartón, fresco o claroscuro), arquitectónicos (balcón, cornisa o cúpula), musicales: dúo, soprano o concierto. La actividad militar desarrollada por los españoles en Italia les hizo incorporar voces como alerta, asalto o emboscada y numerosos términos de fortificación: ciudadela, explanada o foso. Disminuyen, en proporción, los marinerismos como chusma o fragata. Ademas, hay algunos términos comerciales (bancarrota, póliza o contrabando) y relacionados con la artesanía (porcelana), la vestimenta (turbante) y abundan los referidos a aspectos de la vida social: cortejar, cortesano o carnaval.
De origen francés son los siguientes vocablos de carácter militar: carabina, barricada, calibre o brecha. El prestigio de la vida cortesana introdujo nombres de prendas (chapeo, perruca y peluca), de empleos (furriel) y conceptos varios: moda, etiqueta, banquete. Entran igualmente términos arquitectónicos (claraboya, dintel y parque) y de objetos cotidianos: taburete, servilleta o paquete.
El portugués, que fue idioma muy apreciado en el Siglo de Oro, no ha dejado de transmitir léxico al castellano como consecuencia de ser una lengua fronteriza. En esta época, se realiza la adaptación de achar menos en echar de menos, y la entrada de voces de emoción (enfadar), de vestimenta (corpiño), de actos sociales (sarao) y de alimentos: mermelada o caramelo.
El léxico procedente de las lenguas indígenas de América fue aceptado pronto por los españoles, ante la necesidad de nombrar las nuevas realidades. Las voces más antiguas proceden de las lenguas del Caribe: huracán, sabana o barbacoa. Del nahuatl de México tenemos: chocolate, coyote o tomate, cacao. Otras lenguas, pese a su extensión o su cultura, dejaron menos huellas; del maya viene henequén; del quechua cancha, cóndor o llama; del guaraní cobaya y tiburón; del araucano o mapuche maloca.
Por último, se crean en la lengua literaria palabras con diversas intenciones expresivas (languideza, diablazgo o desantañarse) y neologismos que tienen el sello de un autor: Quevedo forma numerosos vocablos con prefijos cultos (archipobre y protomiserio) y Baltasar Gracián origina vocablos de tipo más conceptual: cautelar o semihombre.
Bibliografía
Cano Aguilar, Rafael (1988), El español a través de los tiempos, Madrid: Arco Libros.
Gracias por compartir… Me gusta aprender del lenguaje. Buen trabajo. Saludos.
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De nada. Conocer la diversidad de lenguas que nutrieron el español nos ayuda a indagar en la riqueza de estas y a valorar más la heterogeneidad de este idioma.
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Te doy la enhorabuena que seas tan prodigiosa en letras,admiro conocer tanta belleza,yo a mis ochenta y uno años largos solo puedo escribir la rosa es Roja da pasión y es hermosa donde esta,ensalza la prosa.
Muchas Felicidades en tu sentir de letras.
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Hola Laura. Es admirable que a los 81 años exista tanta pasión por la vida. Es todo un ejemplo que me deja sorprendido y desafiado. Muchas gracias por el elogio. Saludos desde Costa Rica.
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Laura, este mensaje debería ser para Zoraida. Ella demuestra todo lo que dices. Saludos.
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¡Qué maravilla cómo se va entretegiendo el lenguaje! Llegará un día en que todos hablemos el mismo y habrá necesidad de arqueólogos para descifrar de dónde proviene cada vocablo… Parece un cuento de ciencia ficción. Lo malo será que pocos disfrutarán las grandes obras en su idioma original, lo bueno será que todos podremos acceder a todas las obras.
Un abrazo
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La globalización contribuye a la contaminación y la hegemonía lingúística, pero también permite divulgar lenguas minoritarias. Esperemos que este sea el camino y no la pérdida incalculable de estas últimas.
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Se nota el trabajo investigativo, excelente. Muchas gracias por compartirlo.
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Muchas gracias. Espero que te haya resultado interesante conocer de dónde proceden algunas palabras que usamos habitualmente. Un saludo.
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