Aunque sea imposible un arte puro y totalmente deshumanizado, no hay duda de que cabe una tendencia a su purificación; esta tendencia llevaría a una eliminación progresiva de los elementos humanos que dominaban las creaciones románticas y naturalistas. Según Ortega y Gasset (1925) el arte vanguardista debía tender a la deshumanización, es decir, a evitar las formas vivas y la sentimentalidad para poder crear formas estéticas autónomas.
El artista, por tanto, tenía que “estilizar” la realidad hasta conseguir alejarse lo máximo de ella; si deseaba pintar a un hombre debía pintar algo que se pareciera lo menos posible a este, pero que poseyera a la vez alguna sustantividad. Si el realismo invitaba a los creadores a imitar a la naturaleza, movimientos vanguardistas como el cubismo suplantaban las líneas del cuerpo por esquemas geométricos, tal como quedó plasmado en las Señoritas de Avignon (1907). Estas serían una clara muestra de cómo se ha conseguido a partir de objetos reales, mujeres, retratar solo su concepto.
Pero para poder pasar de pintar las cosas a pintar las ideas, era necesario distanciar al arte de la empatía emocional y acercarlo a la intelectualidad. Como indicaba Ortega (1925), en el nuevo arte no faltaban sentimientos, aunque estos eran distintos a los que cubren nuestra vida primaria. Para el conocido filósofo, el llanto y la risa son estéticamente fraudes, pues el verdadero goce estético (al ser el arte pura ficción) no debe sobrepasar nunca la melancolía o la sonrisa. Las obras vanguardistas adquieren, al alejarse de lo trascendente y de las profundas pasiones, una dimensión lúdica e irónica. Un ejemplo claro de ello es el poema “Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca” de Rafael Alberti (2006):
1, 2, 3 y 4
En estas cuatro huellas no caben mis zapatos.
Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos,
¿de quién son estas cuatro huellas?
¿De un tiburón,
de un elefante recién nacido o de un pato?
¿De una pulga o de una codorniz?
(Pi, pi, pi.)
¡Georginaaaaaaaaaa!
Sin embargo, resulta significativo que, a pesar de que hubiera una progresiva tendencia a la purificación de las artes, la mayoría de obras importantes de la vanguardia presentan intensas emociones humanas y descripciones detalladas del entorno.
Juan Ramón Jiménez escribió en 1916 Diario de un poeta recién casado; uno de los poemarios más innovadores e influyentes del siglo XX, en el que plasmó sus impresiones y reflexiones más profundas sobre el viaje a Nueva York que realizó junto a su amada Zenobia.
El poemario está lleno de versos de amor, alegría o angustia moderada “Cuando, dormida tú, me echo en tu alma/ y, escucho, con mi oído (…) tu corazón tranquilo, me parece/ que, en su latir hondo, sorprendo/ el secreto del centro/ del mundo”. También se encuentran en él extensos retratos del espacio neoyorquino “En la baraúnda de las calles enormes, las iglesias teatrales, livianas (…) con la puerta abierta en par en par”.
Pocos años después, en la década de los veinte, Federico García Lorca difundió con éxito los dramáticos poemas de su Romancero gitano y Alberti ganó el Premio Nacional de poesía de 1925 con Marinero en Tierra, donde plasmaba todos los sentimientos que le producía estar alejado de su hogar. Pero no solo en la poesía no se llevó término la deshumanización del arte que sugería Ortega y Gasset, en la novela y en el ensayo tampoco se alcanzó. Ni si quiera él mismo lo llegó a poner en práctica en la mayoría de sus obras.
Por un lado, dirigió una colección de biografías de figuras destacadas del siglo XIX y, por otro, defendió en Ideas sobre la novela (1925) que el género narrativo tenía que plasmar personalidades atractivas “No en la invención de acciones, sino en la invención de almas interesantes veo yo el mejor porvenir del género novelesco”. Para Ortega, una buena narración no depende del tema que trate, sino de la indagación psíquica que ofrezca esta sobre sus personajes. El autor debe proporcionar al lector los ingredientes necesarios para que él pueda descubrir y definir cómo son estos.
El argumento, por tanto, es solo un pretexto necesario para desarrollar seres sugestivos, aunque el conocido filósofo español no niega que este también debe de estar bien construido para poder recrear una atmósfera y un ambiente adecuados. Con la intención de demostrar tales ideas pone de ejemplo las creaciones de Dostoyewsky y de Proust. Sobre el primero elogia su capacidad de presentar en un extenso tomo una acción muy breve pero detallada y, sobre el segundo, opina que en muchos casos la ausencia de acción lleva al estatismo o a la monotonía.
Rosa Chacel como “fiel” discípula del escritor de La deshumanización del arte intentó trasladar las sugerencias de este a sus obras. En Memorias de Leticia Valle (1945), un diario infantil con fuertes dosis autobiográficas de su creadora, el personaje de Leticia Valle podría representar el “alma interesante” que deseaba ver Ortega. Este parte del tópico del “puer senex” para mostrar a una niña de provincia que logra superar el rol femenino y el masculino de la época gracias a su férrea voluntad e inteligencia.
Además, la escritora vallisoletana trazó un argumento sencillo y supo dosificar la información para detallar las acciones más banales y eludir las escenas más melodramáticas. El clímax de la novela es la tensión intelectual que se produce entre la protagonista y su maestro, durante la extensa lectura de un poema, y no el “acto sexual” entre ambos. A este, contrariamente, a lo que sucedería en cualquier novela del XIX se alude de forma muy breve y sin mostrar ningún tipo de sentimentalismo “Y me pareció que en medio de su quietud estallaba algo como una pompa”.
Puede concluirse, por tanto, que la imposible pretensión de las vanguardias de crear un arte “deshumanizado” no se tradujo en la práctica en una pérdida de interés hacia las personas, sino hacia la empatía emocional de estas. Tanto las novelas como la poesía que enmarcan este movimiento tienen como eje central las percepciones de la realidad de un sujeto humano despojado de sentimientos melodramáticos, el cual hace disfrutar a los lectores a nivel intelectual y no sentimental, alejándose así del patetismo de la literatura realista y romántica.
Bibliografía
Alberti, Rabael (2006) Sobre los ángeles: Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, Madrid: Cátedra
Ortega y Gasset, José (1991), La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, Madrid: Alianza.
Comparto con vosotros un audiolibro de La deshumanización del arte:
La verdad es que es una obra sorprendentemente difícil de encontrar, supongo que debido a los intentos de la dictadura franquista por minimizar su influencia…
Espero que os sirva de ayuda. Un saludo 🙂
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Muchas gracias por tu aportanción, Francisco.
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Tuve un pequeño percance y me borraron el canal. Para que no vuelva a ocurrir, he creado una web donde podéis escuchar este audiolibro, los anteriores y los audiolibros que grabe en un futuro: https://audiolibrosencastellano.com/ensayo/audiolibro-completo-deshumanizacion-del-arte-jose-ortega-y-gasset-1925
Perdón
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Mil gracias, me ha servido mucho para entender mejor la deshumanización del arte. 🙂
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De nada. Un saludo =)
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