Según Mónica Bolufer (1998) a lo largo de la historia las mujeres siempre han sido objeto de incesantes discursos que la definían, elogiaban o censuraban con la intención de controlar sus comportamientos y fijar su naturaleza. Durante el siglo de las luces, la voluntad de mejorar la nación hizo que se reanudara de forma intensa los debates sobre la naturaleza femenina y su rol en la sociedad.
Uno de los principales testimonios que contribuyó a la reivindicación de los derechos del género femenino en el siglo XVIII fue “La defensa de las mujeres” de Benito Feijoo. Como señala Bolufer (1998), este intentó demostrar la igualdad de los sexos con el propósito de que se dejaran atrás las actitudes misóginas que tanto perjudicaban a la patria. Su declaración permitió que muchos y muchas comenzaran a reflexionar sobre las múltiples ventajas sociales de garantizar el bienestar de doncellas y damas.
El constante auge de la prensa facilitó el intercambio de opiniones sobre la inteligencia del bello sexo, su educación y su capacidad de intervenir o no en el ámbito público. Una de las polémicas que, sin duda, llenó más páginas de diarios en el Siglo de las luces, al suscitar una fuerte controversia, fue saber cuál debía ser el papel de la mujer en el ámbito social y en el privado. Para poder determinar estos roles, se tenía que concretar primero si el género femenino era inferior o no al masculino, es decir, si poseía o no las mismas obligaciones y derechos que este.
La tradición cristiana, desde los tiempos de Adán y Eva, había subordinado la mujer al varón, pero con la llegada de la Ilustración a España se comenzó a cuestionar tal planteamiento “La mujer es siempre su semejante, su igual y posee o es capaz de poseer las mismas ventajas que el hombres, pues fueron dotadas de un alma racional como él” (Diario de Madrid, 23- 4-1797).
Admitir que el bello sexo tenía la cualidad de poder guiarse por la razón y no solo por los sentimientos (como hasta entonces se había creído) lo equiparaba con la figura masculina. Ello significaba que, para poder asegurar su bienestar y garantizar con ello el deseado “bien común,” a la mujer se le debía reconocer sus mismos derechos “El hombre, para ser digno de este nombre, deberia ser veraz, humano, amigo de sus semejantes, cuya felicidad debía hacer parte de la suya” (Diario de Madrid, 23- 4-1797).
muy interesante, buen trabajo
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